Entre las pilas y cajones de libros viejos del mercado anticuario en ocasiones creo reconocerme. Rara vez doy con mi nombre, y si aparezco hago como que no me veo. Para que sea otro quien pueda reconocerse en él igual que entre cientos de títulos ajenos, tantos como rostros en las avenidas de la ciudad, me fijo en un libro, a veces maltrecho por los años de andar de un almacén a otro. Solo con asomarme a sus páginas advierto cómo se convierten en agua que dibuja cuanto la contempla. Y colocándolo en un estante, lo salvo de la sequía.