Comer a dos una manzana tiene tradición. Perversa. Dulce y amarga al mismo tiempo, en equilibrio. La endulza el ser fruto prohibido y le da un punto de acidez la guerra de Troya que, dicen, se debió a una manzana como la que ahora mordemos en dueto. Con la boca llena, me recuerdas también que fue emblema de Venus —dices Venus con mirada pícara— y yo, con un hilo de zumo recorriendo el cauce de los labios, asiento. Y me acuerdo, también, que es símbolo de belleza, pero cuando voy a decirlo solo queda un tronco pelado donde hubo manzana.