Hay un paisaje oculto en el paisaje. Contemplo los campos labrados, el pinar, el viejo molino, los prados. Hay una piel sensible debajo del vestido de la luz. Una vida secreta de raíces y rocas, de corrientes de agua, de animales que en su ceguera ven. Lo imagino sentados en un peñasco, con la vista tendida sobre el horizonte y las manos en olvido. Un manantial de sustancias del que se nutren los verdes y la policromía que los enriquece. Una tierra que me gusta acariciar con los pies cuando camino. Con la que me alumbro si cierro los ojos.