Hay un único destino posible. Ser uno mismo. No está escrito, cada uno lo escribe. A veces con trazo seguro y abundante tinta en la pluma, otras arañando el papel con el plumín seco. A veces con letra clara, otras con caligrafía imposible. Nadie lo escribe por otro, pero a veces ocurre que alguien o algo molestan la escritura, incluso impiden que se escriba. A diferencia de los clásicos, que padecían el grafómano oráculo de dioses prepotentes de autoría, la tragedia contemporánea prende cuando no se puede cumplir un destino por el antojo o mala fe de otro ser humano.