Y me dejo fotografiar. Sentada, con la taza de café en la mano y una sonrisa compuesta en los labios. La tarde se disfraza de compañía de titiriteros que anuncia su espectáculo por toda la plaza. Nada parece ocurrir más allá de sus cantos interrumpidos por exclamaciones de alegría. Visten de naranja. He tenido que sostener el gesto mientras encuadraba y después agradecer su guiño de agradecimiento. No entiendo qué más ha ocurrido. El oleaje de la multitud se lo ha llevado con su cámara. De este lugar quedará un instante que no ha existido cuya existencia se podrá demostrar.