«¡Ay qué pereza!», exclama para sí el agente Mário de Andrade, sargento de guardia en el barrio de Urca, al tiempo que por el rabillo del ojo ve pasar una sombra. Y en la mano de la sombra, la sombra de un aerosol. Se da la vuelta y se transforma en sombra perseguidora. Una gira a la izquierda, otra gira a la izquierda. Cruza la avenida, la rotonda, el parque y Armando llega a la playa. Amanece. El agente cruza y cruza. Armando agita el bote. El agente pita. Armando escribe. El agente grita. Sobre la arena queda el chillido.