lunes, 1 de mayo de 2017

Becqueriana / 106


Al entrar un día en el bosque cuyos laberintos desconocen y cuya frondosidad les impone respeto, deciden diseminar un rastro de piedras blancas que señale el camino de regreso. Pero como no hay en el bosque ninguna piedra blanca, trazan una línea de recorrido de cantos cualesquiera, idénticos a los demás guijarros del camino, de forma que sin darse cuenta caligrafían la ida y la vuelta por idéntico sendero sin saber nunca cuándo han iniciado el regreso. Simplemente caminan y escriben con las piedras. Y a la salida del bosque, aún están yendo. Sin darse cuenta, han creado el infinito.