En la sala de los prerrafaelitas,
una Ofelia flotando en un lecho de flores atrae la mirada de una muchacha
menuda que, escéptica, sonríe ante la escena. En la esquina, en un taburete, la
vigilante —en el pecho una placa con el logotipo del museo y un nombre, Sylvia
Plath—, se alarma: Siempre tendrá treinta
y un años Ofelia, para la eternidad.
Fátima mira alrededor, cuando ve que no hay nadie se inquieta: ¿Se dirige a mí? Cautelosa, la vigilante
le devuelve la sonrisa: O al revés, quizá sea la
eternidad la que haya tenido treinta y un años.