Al otro lado de los montes aún queda un resplandor del día que se aleja con la realidad al hombro y deja, como herencia, el silencio entre el rumor de los pasos. Un ladrido lejano, el motor rezagado de un vehículo que pasa y se olvida al instante, las campanas que advierten de la hora. La noche identifica todos los sonidos como un agente de aduanas. Y en ese cuenco donde solo el poso de la luz queda en el fondo de lo que fue color nos buscamos a nosotros mismos, y nos encontramos. Sin ajenos decorados. Frente a frente.