Soñolienta, la luz. Grisácea. El cielo, el mar. Las gaviotas graznan. Sentado en la mesa del café, junto a la cristalera, veo un paisaje moteado por la huella de las gotas de las últimas lluvias, que aún no han limpiado. El periódico en una esquina, la taza de té mediada, el cuaderno abierto en una página en blanco. La pluma, dormitando a su lado. Nada se mueve en la arena, salvo las olas, obstinadas, y las gaviotas, nerviosas. Y yo, como la hora y la playa, aletargado. A la espera de que entre por la puerta y despierte la tarde.