Los poemas de amor se escriben con la caligrafía secreta de los laberintos,
pero tienen la apariencia clara, sencilla y rotunda de una flor. Se leen con la
facilidad que tiene el agua para encontrar un cauce cuando desciende una
ladera, pero ocultan el lugar exacto de la fuente, que solo dos conocen. Un
poema de amor flota siempre sobre la superficie del significado, abierto como
un nenúfar con los colores mejor combinados, pero sus raíces se hunden en la
profundidad del sentimiento, de la voluntad y del deseo, lugares que la luz
nunca ilumina. Nacen del fondo del ser.