Las aguas del río bajan color café con leche y da apuro bañarse. La corriente parece pintada con pinceladas gruesas, de las que gotean óleo sobre el lienzo. Nada más dar cuatro brazadas en cualquier dirección desaparece la minúscula playa. Entre las ramas de los árboles, que caen como lianas, y los juncos no hay donde acercarse a la orilla. Si se hace pie, el limo del fondo produce en la planta una sensación desagradable. Si hay peces no se ven, y si hubiera otros bichos, tampoco. Nada más llegar, ya chapotean todos en el agua mientras, tumbado, sigo pensándomelo.