—Sí, es de los nuestros.
—Es cierto. Pero.
—Nada de peros. Es uno de los
nuestros. Y basta.
—De acuerdo, de acuerdo. Sí,
estoy de acuerdo.
—¿Entonces?
—Bueno, está aquel escrito, ya
sabes. Quizá lo redactó sin creerlo.
—Di obligado.
—Quizá empujado por las
circunstancias.
—Di manipulado. ¡Coaccionado!
—Pero ahí está. El texto.
—Como si no estuviera. Lo
quitaremos de las obras completas.
—No se puede hacer eso.
—¿Por qué? Tú mismo lo has dicho.
Obligado y manipulado. Son palabras tuyas. Luego, si no es suyo, hay que retirarlo.
—Eso es imposible.
—Me pregunto si tú eres de los
nuestros.