lunes, 15 de octubre de 2012

Proustiana / 3


Se sienta en un banco, a la sombra de un tilo, mientras por delante cruza el gentío que los días de fiesta invade el paseo. Le apetece cerrar los ojos y los cierra. No le importa, en este momento, que lo que vive no se convierta en ninguna vivencia. El ruido del tránsito, que ya no escucha, voces gritonas de niños y el espesor oscuro de sus párpados. Todo baladí, perdido aún antes de ocurrir. ¿Conseguirá así engañar al tiempo? Si deja de entregarle instantes, quizá este cese de acabar con ellos. No recordarlos será natural entonces, no una amputación.