Ausculta la madera el violinista para rastrear
en su pasado el instante cuando puede extraer el mayor líquido de una nota. Si
bajo los lamentos de un arce, siglos atrás, un enamorado grabó una inicial con
la punta de un cuchillo, la tabla armónica devolverá un ápice de sonido
gutural. Si nevó profusamente el año posterior a la tala del abeto blanco que
el lutier eligió como tapa, las notas huirán añoradas por las ranuras de las
eses. El violinista sabe la novela de su instrumento, pero nunca la cuenta.
No tiene tiempo. La vida se le va en conocerlo.