«La muerte… no interesa… muchos se creen
inmortales… alguien descubrirá pronto una vacuna contra la muerte… Pero… ¿cómo
sería entonces el escaparate de la vida?». En estas frases, entresacadas de la
página 88 del libro, el lector medita con las palabras del narrador sobre la
historia que está leyendo: una hija que entra en el laberinto de su propia vida
en el momento en el que muere el padre y le deja como herencia un amor secreto.
Solo la muerte es capaz de mostrar el sentido auténtico de la vida, que siempre,
con los tucos de la edad, consigue ocultarse.
Se ensimisma. La muerte del padre es la piedra
que astilla la cúpula de cristal que recubre a la hija. Cuando ya nada puede
rectificarse. Más atenta a la reinterpretación mediante el lenguaje de la vida
cotidiana (la novela es una mínima enciclopedia de pensamientos poéticos) que a
los aburridos protocolos de la acción, la prosa diáfana y precisa de Fernando
Sanmartín compone en Te veo triste
una estremecedora elegía. Acaso el lamento no solo de una hija, sino de toda una
época que cree bastarse a sí misma, huye de sus raíces, trivializa los
sentimientos e ignora sus laberintos.