El novelista se encuentra con sus lectoras (y
algún lector). La tarde es calurosa. Después de este ratito que pasan juntos,
empieza el verano. En verano las ventanas se quedan abiertas durante la noche y
a veces entra una brisa que refresca el sudor perlado en los cuerpos. Es
cuando aprevechan para regresan los personajes de las novelas a la mente, y se les
regaña por no haber sabido defender lo suyo. O se les espanta con un golpe de
abanico, por molestos. En verano las novelas se deshacen como el helado en la
mano del niño demasiado, demasiado lento.