jueves, 5 de abril de 2012

Le printemps

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«Solo sirvo para morir, y ya ves, ni siquiera para eso valgo» —me dijo. Al otro lado de la ventana sin cortinas, en el huerto, atraía mis ojos el peral, una explosión de florecillas blancas, ansiosas de sol, que pugnaban por invadir el cielo con sus destellos nacarados; más allá, un granado aleteaba desordenado con un verdor cándido e inocente. Las lilas, en un extremo, dilapidaban color geométrico sobre la vieja tapia. Hasta en la hendidura entre las losas crecían minúsculas flores amarillas. «Véalo» —se lo señalé. Movió sus ojos nebulosos hacia mí. «¿Dónde dices que he de mirar?» —preguntó.