lunes, 5 de marzo de 2012

Cupidesca dieciocho

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Entre silencio y silencio del martinete, mientras el cantaor respiraba con la mano en alto y el sudor goteándole sobre el pecho desde la barbilla temblorosa, mis ojos prendieron en los tuyos. Guiado por ellos, aun sin conocerlos, me había dado la vuelta en el patio de las estatuas, mármol blanco todos los rostros ensimismados, por descubrir dos teas que humeaban en la nieve. Rasgó la voz el verso que aguardaba en el silencio, ni amor que no tenga fin, y el quejido me arrebató la mirada. Cuando volví a buscarlos, solo encontré un vacío: ni amor que tenga inicio.