Una y otro, en ambos extremos, sujetan el tiempo que refleja el gran espejo de la sala para que no llueva sobre la barra. El bandoneón en el suelo, la orquestina se ha retirado. En el cuchitril que un letrero desdentado llama «camerino» el mate va de mano en mano, y el que fuma ha salido a la pista a pedirle un pitillo a alguna de las bailarinas. Una y otro esperan el final de ese descanso para conocerse, ahora atentos sólo a los intervalos polvorientos que pinta la luna. El contrabajista chisca el mechero. Una chica estira sus medias.