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Como si Amor, de blanco y con pajarita negra, fuera el barman ideal. Para aquella tarde, en la coctelera te colocó a ti, enterito, tu mejor tú, el de la botella que guarda siempre en segunda fila. Añadió un chorro de crepúsculo de verano. Generoso. Un vasito de olas rompiendo contra las rocas, y otro de brisa de levante, húmeda y sensual. Lo mezcló, cerró la coctelera y le dio un golpe seco. Volvió a abrirla para echar unas gotitas de palabras dulces y espolvoreó caricias. Cuando fue a verterlo en mi cuarto, entre su espuma apareció un desaprensivo mosquito.