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Me gusta documentar las novelas a posteriori, una vez escritas. Con tal fin entro en el Museo de la DDR de Berlín. Allí reproducen un típico comedor obrero: muebles de fórmica, sofá de eskai y detrás, un cuadro con caballos desbocados por el bosque, el televisor presidiendo… los mismos comedores de mi adolescencia. Disfruto más subiéndome al Trabant que exponen. Me sitúo en la experiencia del protagonista y repaso con él su desesperado viaje desde el este hacia el sur. El trabbi transmite una extraña comodidad y, curiosamente, amplitud. El cambio de marchas es complicado; para mí, no para él.