Toman la luz de donde venga, de noche de las farolas tímidas y de día les gusta por su gama de dorados el sol de la tarde. Sólo gracias a esta artesanía del brillo las vías tranviarias soportan la terca racionalidad de su trazado. Aprendo con su euforia, observándolas, y me digo que también la vida, de horarios y hábitos tan rectilíneos, ha de manejar como un espejo los destellos que le alcanzan. Sobre todo ahora que ya no circulan los tranvías y han empezado a asfaltar el empedrado desde la avenida con una destreza que me deja sin metáforas.