martes, 20 de julio de 2010

Vicolo d'Orfeo

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Cuando llegó al piso la señora le advirtió que no entrara nunca en aquella habitación del fondo, donde descansaba su marido, muy enfermo. La puerta siempre cerrada y el silencio que se cernía sobre el cuarto prohibido fueron echando leña al fuego recién encendido de la curiosidad. Un domingo, después de que la señora hubiera salido a misa y no quedaran otros inquilinos en sus aposentos, empujó la puerta. Una cama vacía y un gran armario. Llegó a abrirlo por ver si estaba encerrado allí el moribundo. Nada, como en los signos. El misterio de aquel misterio acababa de empezar.