Foto con y gracias a JAF
Llueve, y el agua diluye la sobriedad de las líneas con que está dibujada la ciudad. Las calles se convierten en una acuarela pintada sobre una plancha de zinc. El chispear atlántico de estos días dura toda la tarde, pero permite pasear sin que los zapatos se sumerjan en una pesadilla veneciana. La lluvia, sutil, deslavazada, disuelve poco a poco colores, luces, objetos y, posiblemente también, transeúntes. Lo intuyo por los paraguas que encuentro abandonados en estaciones de metro, en las papeleras de las avenidas o en callejas. Paraguas —hermosos, elegantes, honestos— cabizbajos por la repentina pérdida de su favorito.