Dos días de viento dejan el primor de un hiperrealista norteamericano en las ventanas de los ojos. Los ojos, que hace días que no escriben sobre la senda sabatina hacia la panadería, lo enfocan todo —encañonan lo poco que asoma tan temprano— escudriñando qué tendrá valor de signo y densidad de palabra. Una caja de cartón abierta y abandonada, llena de hueveras vacías, ¿qué significará? De repente me doy la vuelta y me miro a mí mismo atendiendo a todo: un tonto. Sonrío, caigo en la cuenta: sólo tiene sentido que sean los sentidos los que le encuentren a uno.