martes, 20 de enero de 2009

Obamario, 2 (¿El renacimiento?)

Jesús Aguado cuenta que el presidente le pide a cierta poetisa un poema para su coronación. Rechazar el encargo hubiera sido la única respuesta válida —piensa Aguado—, y me convence. Ahora imaginemos que la poetisa recibe la llamada pre-presidencial y se disculpa. Este acto que ensalzaríamos se queda sin aplauso por la sencilla razón de que nunca hubiéramos conocido encargo y rechazo. Sólo la poetisa podría aplaudirse a sí misma. ¿Admite esta secreta fidelidad a los límites personales la sociedad contemporánea? ¿No se sentiría la poetisa como una idiota por haber perdido la oportunidad de fama y —sobre todo— remuneración?