sábado, 1 de noviembre de 2008

FGL díptico y elegía

Lorca pintado en albornoz por Gregorio Toledo y
su hermana Isabel tocando el piano. Los pianos de la familia: el grande en la Huerta de San Vicente, uno de pared en Fuentevaqueros. Una casa de labradores con tierra, ésta, que guarda la cama donde nació y la cuna con pies de balancín donde se crió, enseres de familia salvados de lo que no salvó al poeta. Hoy las dimensiones de cualquier casa de Fuentevaqueros la empobrecen, pero el gusto que firman los arquitectos ensalza el saber y la elegancia de los viejos maestros de obra.
Lorca… cuando subía esta escalera.
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Hay en Lorca una paradoja que pasa desapercibida. Se piensa, y se presenta, como un poeta de caracterización densa, única, rotunda. Y sin embargo su obra poética es el fruto de varios autores —tan diferentes entre sí como lo fueron los heterónimos— que se repartieron el curso de la vida de Lorca, y en lugar de firmar cada uno con su nombre, como hizo Pessoa, se empeñaron todos, aunque resulte difícil de creer la convergencia de universos literarios tan diversos —andalucista, neoyorquino, tradicional, surrealista, sonetista, arabista…—, con un mismo emblema: Federico García Lorca. Su manera de interpretar la despersonalización vanguardista.