sábado, 18 de octubre de 2008

¿A dónde va la memoria de los huéspedas cuando el hotel desaparece? (Seguido de un paréntesis)


A Rafael Pérez Estrada


A nadie que haya lanzado un barquito de papel al agua le preocupa que se lo lleve la corriente río abajo para no verlo más. El Hotel Suecia ya sólo tiene un huésped: ha atado banderines de colores en la persiana ante el tabique mal nivelado que ciega su puerta. Acumula en el exiguo umbral unas pertenencias oscuras que desprenden un olor agrio. Duerme cubierto por una manta. En la fachada la suciedad escribe sobre el mármol el nombre que tuvo plateada tipografía. Como lanzar el barquito a un charco: la imaginería fluvial no resuelve el sinsentido de la ausencia.
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(Tan impresionado me dejó la tapia de ladrillo en la entrada del Suecia —en agosto el precio era un aliciente— que olvidé hacerle una foto a su abandono. Busco en Internet si existe alguna, y descubro que el hotel sigue en el escaparate con toda la bisutería de votaciones, comentarios y valoraciones. Tal vez eso explique la estancia de su único huésped: el mendigo que duerme en la puerta llegaría una noche con una reserva de Internet y no supo descubrir dónde estaba el error, si en la red o en la realidad. Justo como me ocurre a mí ahora).