viernes, 5 de septiembre de 2008

Tríptico CL

I
El edificio en ruinas del Molino sigue dándole a la manivela de la memoria. A veces, cuando busco en la red qué ha hecho un crítico, descubro que va de García Márquez a Mendoza sin salirse de la carretera ni para orinar. Me pregunto qué interés tiene hablar de libros cuyos autores han cobrado un adelanto millonario: esta es la única recensión que cuenta. Para saber si alguien es de verdad crítico literario le preguntaría qué libro, de cuantos ha leído, le ha parecido una obra maestra a él por primera vez, sin que nadie se lo haya señalado antes.

II
Qué libro o qué acto. Siempre pensé que había ganado mi carnet de crítico literario en El Molino. Si mi primo hacía la mili, debería yo tener dieciséis años. En un permiso quiso ir al Molino. Ni había ido antes, ni he vuelto. Fuimos a la función de tarde. No había espectáculo, tampoco vedettes famosas, sólo coristas que preparaban números individuales. Me divertía. Salió una chica rubia, delgada, sin atractivo. Empezó a bailar. Yo no sabía quién era, pero de repente me sentí ante una diosa. Una obra maestra. El tiempo se quebró en los cinco minutos de su número.

III
Tras ella nada fue igual. Por más que insistí, nadie se había quedado con el nombre de la chica. Tampoco les había interesado en exceso: «Tiene poca chicha». Varios años después la vi actuar en la Cúpula Venus, y supe, como sospechaba cuando lo encontré anunciado, que aquel lejano día en El Molino había visto a Christa Leem. Una diosa. Una auténtica diosa, de tan humana. Descubrí aquella tarde el abismo que separa lo mediocre de lo genial, pero dejé pasar la oportunidad de aprender que el arte más elevado produce indiferencia en la mayoría y entusiasmo en los solitarios.