Tras una noche de viento enfurecido, los únicos habitantes de la acera son las hojas —verdes, mínimas, recién aparecidas y ya por el suelo— y los papelillos saltarines. Encuentro desolado al quiosquero. Hamletianamente se pregunta si ha de retirar de la venta el periódico que compro. Me enseña el albarán. «Lo ve, un euro y veinte céntimos», y con el dedo me señala la cabecera: «1 €». Si te dijera lo que han hecho conmigo las erratas, pienso. «Que hay gente muy borde y si pone un euro, no pagan más; prefiero no venderlos». Las hojas, los papelillos; la melancolía.