Cuando el arúspice seccionaba un hígado de oveja para realizar sus presagios, lo que esperaba encontrar en el dibujo sanguinolento de la entraña era el retrato del cielo. Un célebre bronce etrusco —«El hígado de Piacenza»— muestra el mapa de los astros como quien traza el plano de su ciudad. De hecho, el arúspice no conocía interrupción o hiato entre la entraña, la ciudad y el universo. Todo formaba parte de una única concepción de la vida. Hoy las vísceras las tratan los veterinarios, la ciudad la programan los modernos eremitas y el cielo es una palabra de aspecto desmejorado.