sábado, 23 de febrero de 2008

Escatología

En mi paseo matutino hasta la panadería, y vuelta, he contado siete —cómo lo diré— caquitas —o tal vez porquerías— de perro. El mundo cambia, medito. En mi infancia, las mierdas de perro eran unas bolas blanquecinas, secas, pétreas. Uno podía chutarlas sin que se deshicieran. Para los niños de hoy, los excrementos caninos son como los de persona. De hecho, también los perros merecen nuestra humana «a» en el complemento directo: «Ahí veo a mi perro», exclama alguien. Preposición «a», por cierto, que no conservaremos siempre. Decimos: «Veo a Herminio», y un día diremos «Veo el cadáver de Herminio».