En la primera página quise copiar un cuarteto de Wang Wei; aquel que empieza En el monte vacío no se ve a nadie. Era un domingo de primavera que me pareció propicio para empezar mi cuaderno. Tras preparar la pluma, quise ver el cielo para inspirar la caligrafía. Me asomé a la ventana: delante se alzaba un bloque con cientos de ventanas abiertas tras las cuales trajinaban mujeres, niños y hombres en camiseta. Un estrépito de voces confundidas se replicaba ecoico en el patio, mezclado con el volumen de televisores y aparatos de música. Regresé al cuaderno, y lo cerré.