JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS

jueves, 29 de septiembre de 2011

La corsetería de Córcega

Una mesa, un ordenador, un póster en la pared y un empleado, eso era todo en el local que una aseguradora tenía en la calle Córcega. Tal vez no necesitara más para vender miedo. Pero los negocios cambian. Hoy paso y veo que han abierto una corsetería. Aleluya: algo que mirar en ese instante del recorrido. Me llaman la atención los maniquíes, aunque carezcan de cabeza, brazos y piernas, dan la impresión de no hacerle ascos a una buena paella. Luego las fotos, el anverso de la anorexia. Y lo comprendo. Quieren vender sujetadores a mujeres reales: otra vez aleluya.

martes, 27 de septiembre de 2011

El sueño de la metamorfosis

Como sé que la comparación es el único modo de comprender la realidad, tras ojear el periódico entretengo mi abulia con el sudoku de metáforas del tren. Se diría que es de crisálida su encapsulamiento radical en la velocidad, aunque dudo que exista transformación alguna entre quien sube en una estación y baja en otra, ambas replicantes. Acaso se anhele una alteración no del interior, sino del exterior. Se parte de la ciudad oruga para llegar a la ciudad mariposa. Es posible que esa sea su metamorfosis. En todo caso, mera sugestión, porque el tren va de gusano a gusano.

domingo, 25 de septiembre de 2011

«Conversación» de Gonzalo Hidalgo Bayal, en Tusquets

En el principio del relato está la conversación, parecen afirmar los cinco cuentos conversados de Gonzalo Hidalgo Bayal (1950). Aquel personaje que cuenta el hecho fortuito que sin embargo no ha olvidado ni olvidará, aquel que habla para ocultar su tragedia, aquel que narra la vida de otro a los próximos o aquel que explica su vida a desconocidos… en estas conversaciones cotidianas, a veces casuales, parece prender la esencia misma del relato. Pero Hidalgo Bayal da un paso más, y el texto magistral que cierra el volumen encarna su final, la desarticulación de relato y conversación, el hablador solitario.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Souvenir de Zaragoza


En las ciudades que crecen hacia el límite del desierto la luz de las ventanas no se apaga en la noche, las calles ocultan recuerdos tras los montoncitos de arena que acumula el viento del norte en el pavimento y los hoteles se niegan a alojar solitarios que piden una habitación doble. En el desierto que se extiende casi hasta el extremo de la ciudad a veces se encienden a lo lejos luces de vehículos aparcados en ninguna parte. En la mísera vegetación de sus dunas se enzarzan envoltorios de caramelos infantiles que complican el paso a los escarabajos peloteros.

martes, 20 de septiembre de 2011

Pequeñas travesuras del final de verano

Como un gran sombrero mexicano, al que de repente le cubriera una sombra, se sitúa la nube sobre el paseo. En el restaurante, bajo la lona que protege del sol ausente, la vida descree del parte meteorológico. Sin embargo el chaparrón, indiferente y casi despiadado, irrumpe con el aperitivo. Súbitos chorreones se despeñan de los toldos para colmar las conchas negras de los mejillones y las copas con trazos de carmín. Los clientes abandonan sus posesiones y los camareros vacían el agua acumulada sobre la cubierta con palos de escoba. Una pareja aprovecha un improvisado cobijo del aguacero para besarse.

domingo, 18 de septiembre de 2011

«Cerrar los ojos para verte», de Rodrigo Olay


Hay un poema de Rodrigo Olay (1989) donde funde con delicadeza madrigal y jaiku: «En tus ojos oscuros / anochece de pronto / pero brilla la luna». Diestro en el arte del pastiche y más acertado aún en el dominio de la cita intratexutal, el poeta convoca la tradición literaria para crear profundidad y perspectiva en la experiencia de lo vivido. No se conforma con el mero relato del final de la adolescencia y la juventud, materia de sus poemas, sino que busca inscribirlo en las corrientes más densas del pensamiento poético, la temporalidad y la reflexión sobre la existencia.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La canción de septiembre

El sol de primera hora de la tarde se derrama sobre la ciudad como metal incandescente. Sólo los tres amigos se atreven a cruzar la plaza por el centro, sin el cobijo de los árboles. Avanzan al amparo de sus gorras y de una estrofa que repiten con el ritmo sincopado con el que la aprendieron. Se la cantan entre ellos para decirse cuanto tienen que contarse, que nunca es mucho. El sol se desploma sobre las calles cegándolo todo con su claridad. Las torres de ventilación atruenan. Nada que oír, nada que ver. Los tres amigos y una estrofa.

martes, 13 de septiembre de 2011

LaA, y 7

Una novela no ha de hablar de poética, ni de generaciones, ni del destino, pero sin una idea implícita de esas tres cosas, ¿para qué leerla? O mejor, ¿para qué escribirla? Los informes del confidente político se parecen a los poemas: revelan lo oculto, pero a nadie le interesa leerlos. Acaso haya demasiados delatores y lo único de verdad desconocido sea la claridad. Si descubre que aquello que da sentido a su vida no es suyo, sino del hermano mayor, acaso confunda las líneas que separan realidad y vacío. Su memoria se convierte así en un puesto de baratijas, áptera.

domingo, 11 de septiembre de 2011

LaA 6: La trama continúa

Dos hermanos. Pongamos que la traición, durante años un gesto inútil, por casualidad ha dinamitado los signos que, colocados por el hermano mayor, trazaban sus vidas. Todo aquello en lo que le habían hecho creer —su bienestar, el tocadiscos, la máquina de afeitar, sus privilegios e ideas del mundo— se lo ha llevado la nube de escombros que deja a su espalda. También al hermano, que acaso ya sólo piense en matarlo. Escapa y continúa huyendo cuando la distancia entre ambos parece insalvable. Sin símbolos antes ni delante, la huida se convierte en su única vida propia. Razón de ser.

viernes, 9 de septiembre de 2011

LaA 5: De la trama

Dos hermanos. Pongamos que el mayor ha descubierto las fisuras de un régimen autocrático para ubicarse en él, placenteramente. Le ha señalado el camino al menor, que disfruta de la vida ideada por su hermano a la sombra de la legalidad. En la DDR su apartamento tiene los mismos objetos que en cualquier piso de Berlín Oeste. Trata de disfrutarlos, como si le dijeran algo. Trata de que todo aquello tenga sentido, sin lograrlo. Cuanto más los llena, más vacuos le parecen los días. Sólo se vislumbra a sí mismo al otro lado de la traición. Que persigue en vano.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

LaA 4: ¿Suplantar o intensificar el tiempo?

Los libros alteran la percepción del tiempo inmediato. Los hay que lo suplantan. Por fuera y por dentro. Calzado para su suelo áspero e impostación de una trama. Leo una novela policiaca y la tarde se me va en ello, sin más, mi cabeza sumida en la fantasmagoría creada por un autor. No son mejores ni peores, sí exitosos. En otros, la afectación del tiempo no borra el agraz de quien lo lee, lo acentúa, la tarde camina por el mismo sendero escarpado por donde se aventuraba y el pensamiento gira, como las aspas de una hélice, sobre sí mismo.

lunes, 5 de septiembre de 2011

LaA 3: El autor no es quien conduce el Trabant

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Me gusta documentar las novelas a posteriori, una vez escritas. Con tal fin entro en el Museo de la DDR de Berlín. Allí reproducen un típico comedor obrero: muebles de fórmica, sofá de eskai y detrás, un cuadro con caballos desbocados por el bosque, el televisor presidiendo… los mismos comedores de mi adolescencia. Disfruto más subiéndome al Trabant que exponen. Me sitúo en la experiencia del protagonista y repaso con él su desesperado viaje desde el este hacia el sur. El trabbi transmite una extraña comodidad y, curiosamente, amplitud. El cambio de marchas es complicado; para mí, no para él.

viernes, 2 de septiembre de 2011

LaA 2: Las pulsiones del verbo

La narración ha de elegir su temporalidad entre las diversas pulsiones del verbo. Así, Ladridos al amanecer se conjuga en tres tiempos y un cuarto implícito. En primer lugar está el presente, que se trenza cuando la trama cobra consciencia de su inanidad, callejón sin salida incapaz de generar memoria. Por su parte, el pasado se bifurca, contradiciéndose. Del remoto, la infancia, emana afectividad, admiración, credibilidad. Del reciente, la madurez, la crecida de la indiferencia, el desmoronamiento. La narración entrevera estampas de estas tres épocas, aunque amenazadas siempre por un tiempo que sin haber llegado todo lo condiciona, el miedo.

jueves, 1 de septiembre de 2011

LaA 1: Un inicio de novela


Tenía una razón para confiar en mí: era su hermano.
No olvido escribir. Nada más levantarme, aún antes del café, me he sentado ante una hoja en blanco y he empezado a anotar. A las 8:41 se calza las zapatillas. De una mujer delgada, sutil, parecen sus pasos por el pavimento. He contado cinco hasta que alcanza la taza del sanitario. No me hubieran despertado si mi desvelo no fuera tan pertinaz. Se sienta inmediatamente, sin que le dé tiempo a desprenderse de ninguna prenda. Siguen siendo las 8:41 cuando empieza a orinar. He cerrado los ojos y me he