Tenía una razón para confiar en mí: era su hermano.
No olvido escribir. Nada más levantarme, aún antes del café, me he sentado ante una hoja en blanco y he empezado a anotar. A las 8:41 se calza las zapatillas. De una mujer delgada, sutil, parecen sus pasos por el pavimento. He contado cinco hasta que alcanza la taza del sanitario. No me hubieran despertado si mi desvelo no fuera tan pertinaz. Se sienta inmediatamente, sin que le dé tiempo a desprenderse de ninguna prenda. Siguen siendo las 8:41 cuando empieza a orinar. He cerrado los ojos y me he