La gallina que ha saltado la empalizada se mueve, inquieta, hacia un lado y hacia otro. Trata de regresar al corral, pero no sabe cómo. Recorre con dudas el perímetro. Asciende luego por el talud lateral, rodea los árboles como buscando un consejo de su quietud. Cacarea de modo lastimoso, perdiendo la voz. Mira desconcertada el mundo al que sin darse cuenta y sin quererlo ha llegado. Escucha, a lo lejos, el esbozo de canto con el que el gallo transmite su presencia, y eso parece ponerla más nerviosa. Nunca se ha sentido tan sola y, de repente, tan incomprensible.