Lo cuentan las flores, incluso las que nacen en los taludes. Lo recuerda el cielo diáfano de las madrugadas. Los pájaros la proclaman sin acusar cansancio en sus esfuerzos. Y cuando salgo a recorrer algún camino, incluso balan con alegría las ovejas que descubren en una mata medio seca entre piedras un festín. Lo leo por todas, pero no se lo aprenden mis ojos tristes, mi sonrisa ausente. Hay en la pena una hondura que ahoga cualquier imagen. Quien se encarama en el brocal de un pozo tampoco consigue ver el agua. Y solo logra escucharla si lanza una piedra.