Abre el ojo de buey que me permite contemplarlo cuando mira cómo mis entrañas zarandean su colada. Me vacía con gesto malhumorado, por las molestias en su espalda. Apila la ropa sobre la tapa del cesto. El montoncito crece en pobre equilibrio. Entonces suena el timbre. Al erguirse, una mitad de su cuerpo gira hacia la puerta del lavadero y la otra se lanza sobre la torre de ropa que amenaza con desplomarse. La cabeza no entiende al cuerpo y se golpea con un borde de aluminio. Sangra. El cartero aguarda con un paquete. Encuentra el libro cuando lo abre.