JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS

miércoles, 30 de marzo de 2016

# 549


Al muro del viejo molino hace tiempo que se le voló la partitura con la que interpretaba su lugar. Le queda al desmemoriado su sola memoria para trenzar los sonidos que crean consistencias. Amontonados los sillares que han caído, hechas añicos las tejas, las vigas festín de la carcoma y la inmundicia como único residuo del tiempo. Cuando levanto la pierna para acceder a lo que fue un círculo que hablaba con el viento imagino que al devolverla al suelo no oiré nada. Y sin embargo, un chasquido. Aún la palabra muro alzada. Melodía antigua que pervive con otras letras.

lunes, 28 de marzo de 2016

# 548


No posea, tal vez, corporeidad de tiempo. Ni extensión de tiempo. Ni siquiera propicie el olor o el tacto que el tiempo entrega a los cuerpos. Tampoco acerque la apatía y el cansancio que el tiempo acarrea entre sus bultos. No es el tiempo del tiempo, sino otro tiempo el de la escritura. Tiempo poético. Tiempo que levita sobre el tiempo. Leve nube en cielo azul. Sombra de sauce en día de verano. Fuente que mana entre dos piedras. Un tiempo construido con la realidad de las palabras. Con su convicción. Con su intimidad. Con su consistencia. Un poético existir.

sábado, 26 de marzo de 2016

# 547


El manto que los jazmines han tejido sobre la tapia de un jardín. La calle. En la luz de invierno, los ciruelos florecen. El caminar me lleva de uno a otro. El viento agita las ramas. Una paloma aletea para alzar el vuelo. Los pasos de quien calza botas detrás. Un furgón de reparto los borra, pero su lejanía me los devuelve. Así es como se va comprendiendo el oleaje de lo real. Una frase que me regalan los muchachos que caminan hacia el instituto. Alguien que tiende la colada desde una ventana. Pensar, ir de una a otra sensación.

jueves, 24 de marzo de 2016

# 546


Líquido que el aire bebe durante el día, la luz abandona poco a poco el cuenco de lo real y en su fondo queda el sedimento de lo que hubo, concentrado ahora en la sequedad y en la nada de la noche. En la intensidad de lo que no está se descubre el valor de lo que no se ha ido. Los cristales en el suelo bajo el pie descalzo del que se ha desvelado. La sal de las horas que el tiempo no logra desleír. Y los afectos, también los afectos, la gasa que limpia las hendiduras del resplandor.

martes, 22 de marzo de 2016

Maga Losnay, dietario # 545


Género redundante, lo es el diario cuando copia el tiempo que ha sido. Si se ha ido, ¿qué le añade lo escrito? ¿La permanencia? Pero no amarran las palabras el tiempo como los cabos sujetan el barco al noray. ¿Qué le añade, entonces, al querer así fijarlo? El buque retenido en puerto —mientras los marineros engordan y las arañas aprovechan los orificios de la cadena que tensa el ancla para sus delirios geométricos—, ¿continúa siendo navío? Al diario le corroe idéntica quietud. Solo le libera desentenderse del tiempo: contar lo que ocurra cuando una ya no esté. Ser espacio.

sábado, 19 de marzo de 2016

1960


Tal día como hoy también cayó en sábado. Por la plaza Orfila apenas pasan transeúntes, una Vespa traquetea el aire. Desangeladas islas que asedia el oleaje del empedrado. Una la preside un simple farol. En la otra, la boca del metro por donde aparecen dos sombras apresuradas. Delante asciende mi padre, cabizbajo, nervioso; detrás, la mujer, que va a lo suyo. En la mano, el maletín sanitario. Es la hora de comer. En los árboles, secos y clamorosos de la plaza hay lunares verdes a punto de brotar. El sol se entretiene contando palomas. Y yo, con ganas de llorar.

jueves, 17 de marzo de 2016

Becqueriana / 88


Es biógrafa. Estudia la vida de las palabras. Cuándo se levantan cada día, qué piensan de sí mismas, cómo se relacionan con el aire al ser pronunciadas, dónde se sienten más a gusto. Observa sus matices, sus inflexiones, su cansancio o euforia. Confecciona con los datos estadísticas y leyes que anota en el cuaderno de los versos. Es biógrafa de las palabras, pero de vez en cuando se olvida del trabajo y de su objeto, se diría que se va de vacaciones, que silencia los vocablos para no tener que acumular más saberes sobre ellos. Es cuando se deja besar.

martes, 15 de marzo de 2016

Becqueriana / 87


El carmín que habla desde la servilleta donde ha quedado grabado construye un lugar. Piedra y argamasa, vigas de pino, tejas oscuras. Enciende el fuego al caer la tarde, en invierno, y abre las ventanas de par en par cuando la luz se alía con los sueños. Encuadra una esquina de cielo, una pincelada de bosque, el caballo blanco que balancea su cola. Y de vez en cuando la alza. Otras tardes da al mar. Una rosa recién cortada contempla la estancia en su jarrón de cristal. La música abraza los silencios. Y el carmín habla quedo en los labios.

sábado, 12 de marzo de 2016

Becqueriana / 86


En el cesto de mimbre reposan las mazorcas de maíz. Cada una tiene la forma de una galaxia. Llena de soles. Tanta luz condensada desconcierta. El labrador lo alza, sin embargo, sobre el remolque del tractor que, en marcha, lanza un humo negro alrededor que se esparce sin estrellas. Luego arranca y se va dejando la huella de los neumáticos en el camino como un sello de lacre que cerrara una carta secreta. La que guarda la intimidad de la tierra mientras gesta la llegada de la primavera. Cada universo tiene un universo dentro y nosotros, al pasear, lo desentrañamos.

jueves, 10 de marzo de 2016

Becqueriana / 85


Tus zapatos de muchacha que llega tarde al colegio te alejan del beso de despedida que acabamos de entregarnos como vitualla para el día. Veo aletear calle abajo tu falda de color duna diciéndome adiós con ansia de pañuelo ferroviario. Adiós le respondo con los ojos y la mano se me alza para agitarse a su ritmo. Imagino el bamboleo de tus pendientes de celosía en flor, fieles guardianes de la idea de misterio. Al poco solo me queda la mancha de pintura de tu blusa verde sobre el lienzo por pintar de la mañana. Que va a permanecer blanco.

martes, 8 de marzo de 2016

Maria Gabriela Llansol, charla (y 8)


Tras tanto tiempo viviendo en los puntos suspensivos, en carromatos que circulan por la página con las cortinas echadas, como las otras hermanas, o unas mujeres beguinas, o el viento aquella tarde estropeaba la caligrafía del humo… Cisca se sorprendió al ver su nombre escrito con letra de la cronista sobre el pergamino del Libro de Horas. Pensó, al principio, que se trataba de un apelativo de la Romana, o incluso de un error. Cualquier cosa que la mantuviera donde siempre había estado. Pero al saberse ella misma reflejada, y no otra, sintió angustia por la pequeñez de su nombre.

sábado, 5 de marzo de 2016

Maria Gabriela Llansol, charla (7)


Las hormigas y sus trazados geométricos. Las arañas y sus tableros de ajedrez transparentes. Los gatos y sus elipses. En la quietud lee Blanca el movimiento. Y con los dedos inquietos sobre el mástil del laúd dicta las leyes que lo comprenden. Observa el debate entre silencio y relincho. E imagina notas delicadas sobre la crin de una yegua lunar. Estudia la composición de las mazorcas despojadas de sus hojas y ensarta las palabras en las canciones que entonará el amanecer cuando coloree los campos. En la soledad adivina la voz de Blanca los amores que interpreta. Y yo escucho.

jueves, 3 de marzo de 2016

Maria Gabriela Llansol, charla (6)


Bergamota se ha cansado de ir de un lado para otro. De hacer el hatillo sin siquiera saber lo que echaba dentro, lo que quedaba fuera. Viajar se había convertido en una manera de permanecer siempre en el mismo sitio. El lugar que no cambia de lugar cuando cambia de lugar, por decirlo con gracia juglaresca. Se ha hartado. Ni siquiera se le advierte un ápice de nostalgia cuando las hermanas se recogen el pelo, se calzan las sandalias de suela gruesa y parten. Y si me acerco a consolar sus soledades, me desdeña y desaparece. Como cuando se iba.

martes, 1 de marzo de 2016

Maria Gabriela Llansol, charla (5)


Cestos de mimbre a medio llenar, o medio vacíos, arrumbados bajo un soportal. Cántaros que dan de beber al sol. Gallinas que estrenan la libertad. Basta el paso por las callejas del mercado de Marta y María, las dos hermanas beguinas, para que lo perentorio extravíe sus razones. También a mí me ocurre. Por seguirlas con la vista descuido cualquier negocio que tuviera entre manos. Y ni siquiera voy a susurrarles severa cuestión al oído y escuchar su consejo con pasmo en el rostro. Ni desdoblo las mil dobleces de una carta para oír cómo transforman los garabatos en palabras.