JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS

jueves, 30 de enero de 2014

Cuaderno de tapas rojinegras \ 5


El amanecer teje sonidos con displicencia. Permite que los gorriones despierten al bosque con su inarmónico cántico y vandálico piar. Una celebración sonora de la luz que acompaña la caótica creación de las formas, la profunda desorganización de lo visible que para mitigar sus efectos denominamos paisaje. El coro desafinado de gaviotas se une, con graznidos ásperos e intimidatorios. Le sigue el lánguido lamento de los mamíferos, el zumbido de los insectos, el chapoteo de los reptiles. Una orquesta de aprendices fogosos que de repente, cuando una batuta de palabras golpea el atril, el poeta consigue conciliar para los demás.

martes, 28 de enero de 2014

Cuaderno de tapas rojinegras \ 4


En el cristal de la ventana la lluvia deja caligrafiado su monólogo interior. Igual que ocurre con las palabras, cada gota refleja en su esfera un universo. Coincide con lo que la ventana encuadra y al mismo tiempo no coincide. Como un espejo diminuto capta lo que los ojos pueden ver, pero su redondez transforma las dimensiones de lo reverberado. El poema de la lluvia habla de cuanto existe bajo su escritura incesante, pero con las proporciones cambiadas. Lo diminuto más próximo es mayor que lo grande más lejano. Una miga de bizcocho en el mantel deja pequeño al monte. 

sábado, 25 de enero de 2014

Becqueriana / 39


Los colores tienen memoria. No los colores, sino los matices de los colores. Los aspectos que la lengua solo consigue atrapar con metáforas. Por eso son tan importantes las metáforas. Nos diferencian de las matemáticas. De la convención matemática a la que conduce el uso pragmático del lenguaje. El rojo es rojo. Cuando nunca ha sido rojo el rojo. Ha sido clavel rojo en un balcón, crepúsculo de verano, vuelo de mariquita, tomatera, vestido, o ha sido gota de sangre sobre la piel. Cada rojo, una imagen. La del té que tomo mientras escribo, una carta de amor al silencio.   

jueves, 23 de enero de 2014

Becqueriana / 38


La lluvia presenta un mundo recién extraído de su tarro de cristal. Intacta, su fragancia húmeda se expande por todo lo visible. Inventa colores. Modifica formas. Altera distancias. Invade pensamientos. Se divierte haciéndolo. Su intensidad asusta. Su empeño desespera. Su perseverancia impregna de melancolía las notas de las canciones. La lluvia trastorna el mundo conocido. Ciegos videntes, el tacto resulta inútil para comprenderlo. El olfato es su primera conquista. Los pasos temen los charcos. El oído, la redundancia. Lo ahuyenta. Lo hace inasible. Transforma texturas, anula olores, convoca desconciertos. Pero bajo su repiqueteo las palabras acercan lo que está lejano.

martes, 21 de enero de 2014

Becqueriana / 37


La humedad oscurece, en invierno, la arena de la playa. Su granulación se arracima, se compacta, se alisa el cabello con la gomina del rocío. Fragua un yeso siena sobre el que la suela del calzado escribe con caligrafía gótica su deambular. Los pasos, a lo largo de la bahía, componen un poema chino de cuatro caracteres. Buscan estrellas de mar. Antiguas astros del cielo, tal vez, abandonados por la luz, cuyo postrer destello se convirtió en animal oceánico. Almas olvidadas, quizá, de viejos poetas románticos que lanzaron sus escritos a las aguas. Nunca encuentran estrellas, pero siempre descubren explicaciones.

sábado, 18 de enero de 2014

Cuaderno de tapas rojinegras \ 3


El pájaro se acerca al charco a saltitos, con precaución. Picotea su borde para asegurarse de que no es lo que su superficie dibuja, una nube aburrida en un día de sol. Cuando tiene la certeza de que la alfombra en medio del camino es de agua, extiende un poco las alas, como para sobrevolarlo, pero se adentra de un brinco y sumerge un instante el pico. Lo saca tan rápidamente como ágiles son sus movimientos para sacudirse las gotas. Extiende, ahora sí, las alas y echa a volar. Poco a poco la nube regresa a la mirada del charco.

jueves, 16 de enero de 2014

Cuaderno de tapas rojinegras \ 2


Los días sombríos, osco el cielo y la luz sucia, alguien parece enfadado con nosotros por algo que no somos conscientes de haber hecho. Nada hay que se realice a gusto, nada que se emprenda por placer. Los huesos sienten nostalgia de su futuro y se abandonan. Los músculos no soportan esa cháchara de pensionistas. El alfiler de la humedad teje su desangelado hábitat con el hilo de la incomprensión hacia las aspiraciones de los mortales: el paseo hasta el parque, la araña entre los setos, el vocerío de los niños, el chasquear de las páginas del periódico al pasarlas.

lunes, 13 de enero de 2014

El poema del trece de enero

Para M.
Las calles recitan cada día su poema. Para quienes no lo conocen y pasan por allí al acaso de una gestión, es una única salmodia. La canción de todas las calles. El tránsito, los comercios, las marquesinas en las paradas de los autobuses, el debate de los semáforos. Para quienes transitan todos los días, sin embargo, nada hay tan diferente a una palabra como la misma palabras pronunciada en otro tono, leída en otra frase. Nada tan distinto como la melodía que recita cada día la misma calle. La incidencia de la luz sobre las paredes, cristaleras, miradas. Su convicción.  

sábado, 11 de enero de 2014

Cuaderno de tapas rojinegras \ 1


Abro el cuaderno. El salitre en el fondo del recipiente que contuvo un pensamiento. La luz del día despejado después de la nevada. Las letras dejan su huella de botas altas que avanzan por la página descubriendo objetos, realidades, en los bultos blancos. Ahí los asientos del parque, el seto, un arbusto, la fuente. Los pasos alrededor, contemplándolos, los descubren. Los describen. Su materia, sus colores, el tacto, las fisuras, ahora ocultos, aparecen de súbito ante la mirada de quien, en la página escrita, les pasa la mano enfundada en un guante por encima para retirar la nieve cuando lee.

jueves, 9 de enero de 2014

«Las ruinas del cielo», de Christian Bobin, en Sibirana Ed. de Zaragoza


Al leer las frases de Christian Bobin se percibe el frufrú de la pluma al escribirlas en el cuaderno. El tacto verjurado del papel, la prestancia de las tapas de cartón duro. Desde su cocina llega el olor de la cafetera y se oye un coro de gorriones desafinados al otro lado de su ventana. Cada página es un libro entero. Cada libro, una biblioteca. Los aforismos de Bobin se imprimen acompañados por la luz de la estancia donde se leen. Y donde la mirada queda enmarañada de palabras. Sus fragmentos, sutiles e incisivos, por el lápiz que los señala.

martes, 7 de enero de 2014

La facilidad de los poetas difíciles


Eugenia: En su época Pessoa era considerado un poeta ininteligible. No le comprendían. Así que él mismo se hizo a la idea de que nadie puede ser entendido por sus coetáneos, se necesita que llegue la generación siguiente. Pasolini lo dijo con más crueldad: igual que una película se hace en la sala de montaje, una vida solo puede ser comprendida tras la muerte. Y en el caso de Pessoa es descorazonadoramente cierto. La muerte empezó a tejer para los demás la vida deshilada que había llevado siempre. Y a trenzar una metáfora que no ha dejado de crecer aún.

domingo, 5 de enero de 2014

Pequeño Auto de los Reyes Magos


—¿Y eso?
—Nada, cosas mías.
—¿Un martillo? ¿No será peligroso?
—Qué va. Ya sé utilizarlo. ¿No te lo crees?
—¿Y ese paquetito?
—Clavos. Para el martillo. ¿Qué hace un martillo sin clavos?
—No había caído. ¿Y los listones?
—Cuando se clava algo, algo hay que clavar, ¿no?
—¿Listones?
—Sí. Lo vi en un reportaje del Katrina.
—¿Del huracán?
—Sirven para que las ventanas no se abran.
—¿Y para qué quieres sellarlas precisamente hoy? ¿Será que no quieres que entren los Reyes Magos?
—No exactamente. Es para que no se vayan mis padres a comprarme juguetes y se queden aquí conmigo.

viernes, 3 de enero de 2014

1926

Al amanecer del 29 de diciembre muere Rainer Maria Rilke 

La persiana cuela algunas migas de la mañana. Despejado día de invierno. El sol resbala sobre la capa de hielo del estanque, tropieza con las gotas petrificadas en la boca del bajante, se remansa en la lona que cubre la leña bajo el cobertizo. La luz se desmenuza y pasa también por las ranuras, entre los listones de madera que ciegan la ventana. Dentro, no ve pétalos a los que iluminar. Una semana antes pidió que las retiraran. Que no le trajeran más flores. Más recuerdos. No encuentra ojos a los que seducir. Se esparce por las losas, agua derramada.

miércoles, 1 de enero de 2014

Pequeño cuento (corporativo) de Año Nuevo


En la vida me he visto en tal aprieto. Los cuento y suman quince. No puede ser. Es: he convertido el primer terceto en el tercer cuarteto. Puedo quitar un verso, pero ese uno arrastra a otro. Y entonces son trece. Trato de arreglarlo, pero todo lo que se me ocurre se acentúa en quinta. Lo puedo dejar así. Nadie ha de saber lo que he querido escribir; claro, después de que le haya quitado el título, «Soneto de Año Nuevo». Puedo borrar la mención al soneto, pero pierdo el juego con el año. ¿Me entiendes? Catorce, catorce. No quince.