En el cristal de la ventana la
lluvia deja caligrafiado su monólogo interior. Igual que ocurre con las
palabras, cada gota refleja en su esfera un universo. Coincide con lo que la
ventana encuadra y al mismo tiempo no coincide. Como un espejo diminuto capta
lo que los ojos pueden ver, pero su redondez transforma las dimensiones de lo
reverberado. El poema de la lluvia habla de cuanto existe bajo su escritura
incesante, pero con las proporciones cambiadas. Lo diminuto más próximo es
mayor que lo grande más lejano. Una miga de bizcocho en el mantel deja pequeño
al monte.