He vuelto a fumar, en un sueño.
Golpeo con el dedo la parte superior de la cajetilla y asoma la embocadura del
cigarrillo que extraigo con deleitoso gesto. Un ducados. Blanco hasta el
filtro. Busco con qué encenderlo. La ruedecilla del mechero gira, pero no hay
chispa. En la cocina una cerilla me proporciona una súbita llama redentora. Regreso
por el pasillo exhalando el humo de una calada de mejillas hundidas. No necesito
salir a la calle ni al balcón para fumar. Los cigarrillos consumidos en los
sueños no dejan hedor a tabaco rancio ni grises vestigios en la alfombra.