Un día de viento y lluvia en Berlín deja las calles llenas de paraguas muertos. Cuento siete en el cubo de la basura del empleado municipal que los ha recogido y yo fotografío otros tantos. Los berlineses, que diligentes llevan entre los dedos el papel del caramelo que acaban de meterse en la boca hasta la distante papelera, abandonan a su suerte en cualquier sitio su paraguas cuando la varilla se rompe o no se abre. Parece una metáfora del desamparo del dueño del paraguas tras el incidente. Acaso se quede en mera paradoja: el resguardo perdido, a la intemperie.