Abandona el sendero que ensanchan las acémilas con su tránsito de palabras y se encamina hacia la alberca lírica abriéndose paso entre la maleza. Al poeta le gustaría contemplar reflejado su rostro en el agua. Sobre la superficie flotan hojas, la pinaza que ha arrastrado el viento, un breve remolino de insectos, la invasión de una enramada. Con un palo busca apartar los estorbos, pero sus movimientos sólo consiguen remover viejos lodos y turbiedades. Por más que se esfuerza, no consigue ver en el agua estancada quién es. Abre el cuaderno que ha traído, y dibuja. Poesía, la dicción extraña.
JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO / LIBROS / ESCRITURAS
▼
miércoles, 28 de abril de 2010
martes, 27 de abril de 2010
«Empapado de sequía» Toni Montesinos Gilbert
Al mismo tiempo que, de repente, cesa con un flop el zumbidillo que tizna siempre el silencio del que escribe, la pantalla ennegrece y los dedos quedan suspendidos sobre el teclado sin saber qué hacer. El botón de arranque no responde. Miro el gran cajón metálico del ordenador como quien observa un perro atropellado en mitad de la calzada y su religión le dice que era el depositario de su memoria. Busco el disco externo, una especie de cajetilla de puros metálica. E inútil sin el perro. Escribimos, sin saberlo, nuestras obras sobre la superficie del agua, empapados de sequía.
domingo, 25 de abril de 2010
Laulu rakkauden
Voces intimae, op. 56, Jean Sibelius
De haber recurrido a una quiromante, las cartas hubieran pronosticado una encrucijada en sus vidas, pero ambos, Sirkka y Kalevi, en diferentes colas de facturación, se encomendaron a los designios de una computadora, que los sentó una al lado del otro. Atendieron las instrucciones de seguridad, pidieron sendos zumos de naranja a la misma azafata y se vieron reflejados en la ventanilla contemplando la ciudad desde las nubes durante la maniobra de aterrizaje. Aunque en algún momento se preguntaran quién sería el vecino, no cruzaron palabra, y con tan escasa realidad nada pudo hacer el amor para enloquecerlos un poco.
viernes, 23 de abril de 2010
Un hombre de acción leyendo
Desde el principio se creyó que el Quijote era una cosa y Cervantes algo bien distinto. Hubo quien se esforzó en mostrar lo obvio, que Cervantes estaba a la altura de su personaje. Oídos sordos. En los Encantes raro es el lote de una casa desalojada que no tenga un Quijote: enmarcado, de madera, de metal, una miniatura, un busto… la variedad es enorme, también gestos y posturas. Hoy encuentro una sorprendente: un Quijote con armadura, sentado, con un libro en las manos, leyendo. No hay mayor paradoja. Si el Quijote se detuviera a leer no sería Quijote, sería Cervantes.
.
A Man of Action Reading
From the beginning it was believed Quijote was one thing and Cervantes something quite different. There were those who who went to great lengths to demonstrate the obvious, that Cervantes was as singular as his character. On deaf ears. At estate auctions rarely is a Quijote figure missing: framed, wooden, metal, miniature, as a bust... the variety of forms is enormous, as is the variety of gestures and postures. Today I find a surprising one: an armored Quijote, seated, book in hands, reading. There is no greater paradox: if don Quijote sat down to read, he wouldn't be Quijote, he'd be Cervantes.
From the beginning it was believed Quijote was one thing and Cervantes something quite different. There were those who who went to great lengths to demonstrate the obvious, that Cervantes was as singular as his character. On deaf ears. At estate auctions rarely is a Quijote figure missing: framed, wooden, metal, miniature, as a bust... the variety of forms is enormous, as is the variety of gestures and postures. Today I find a surprising one: an armored Quijote, seated, book in hands, reading. There is no greater paradox: if don Quijote sat down to read, he wouldn't be Quijote, he'd be Cervantes.
Traducción de Mark Aldrich
miércoles, 21 de abril de 2010
Casa de pueblo en la ciudad
Me doy cuenta de que las viviendas que vacían y subastan en los Encantes son sobre todo pisos urbanos al encontrar esta mañana los atributos de una casa rural: en primer término un amontonamiento grande de útiles de campo y herramientas propias de variados trabajos artesanos. Me detengo y mi memoria de las casas de pueblo empieza a identificarlo todo: las típicas fotos de estudio enmarcadas en madera oscura, un cuadro del sagrado corazón, unos cuantos sifones, varios baúles, botellas de licor vacías, un cristo hecho con pinzas de la ropa y un único libro: una biblia de hojas doradas.
lunes, 19 de abril de 2010
Abril
Como amapolas en los campos de cereales, los árboles de jacarandá motean la piel cetrina de la ciudad. Algo hay, sin embargo, en su extrovertida floración, descarada incluso, que no se comprende: la invisibilidad. A su alrededor vende algunos diarios el quiosquero, entra y sale gente de la boca del metro, pasan a la carrera los estudiantes, discuten dos empleados si aquella jugada fue o no penalti, camina cabizbaja la cajera del súper. Sólo una niña se encandila con la sombra malva de un jacarandá. Reúne un montoncito de pétalos en su manita. «Tíralos. Que ensucian», le riñe la madre.
sábado, 17 de abril de 2010
Liebeslied
Ute Lemper
La primera vez que hicieron el amor no sabían cómo se llamaban. Se lo habían dicho un poco antes, cuando se conocieron en la barra, pero el volumen atronador de la música se había comido sus nombres. Luego, en el cuarto oscuro, se apresuraron a desnudarse sin que se les ocurriera preguntárselo de nuevo. En el aparcamiento de la discoteca, entre coches en marcha, se reconocieron. En esta ocasión caminaron juntos hasta el chiringuito, y con una cerveza servida en vaso de plástico, cuando Geert dudó, Ilse dijo: Ilse, me llamo Ilse. Y resultó una hermosa revelación de la noche.
jueves, 15 de abril de 2010
Mecheros
Sumidero de vidas, en el filtro de los Encantes quedan atrapadas casi todas las obsesiones; y acaso la más simple y ñoña he visto negociarla esta mañana. Una colección de mecheros. La mayoría corrientes, de propaganda. Unos pocos casi obscenos: una pistola que al disparar saca la llama, una figura femenina que también. El vendedor, tras mostrar que funcionaban —decenas de mecheros sucios— se ha entusiasmado con el arma, a la que trataba como joya de la colección. Han discutido algo el precio. Lo han concertado en ochenta euros. Me he quedado sin saber qué pensar... de la condición humana.
lunes, 12 de abril de 2010
«Noches insomnes» de Elizabeth Hardwick, en Duomo editorial
La abrupta fragmentación con la que ha construido Elizabeth Hardwick (1927-2007) esta novela de estirpe memorialista, prescindiendo de cualquier estructura temporal, la aproxima al poema en prosa. Contribuye a esta impresión su diáfana y brillante escritura. Se podría decir que se trata de una obra dodecafónica, en la que se ha eliminado la sucesión del tiempo, un elemento tan indisociable a la prosa como lo es la armonía a la música. En una época donde la literatura parece caminar sólo por los senderos trillados de los argumentos enfáticos y los personajes histriónicos, el atrevimiento experimental de Hardwick sólo admite devoción.
sábado, 10 de abril de 2010
愛の歌
Shakuhachi
A Sakura no la impresionó el primer beso de Hayato. Se lo pudo haber dado en el tranvía, mientras hablaba sin que el traqueteo le permitiera entenderlo. En el parque, el día en el que los cerezos florecieran. En una terraza del paseo marítimo, bebiendo un Calpis. ¿En qué película, se decía Sakura, habrá visto que el amante se declara en un portal idéntico a todos los portales de una calle? Sólo la impresionó el amor cuando fue a saltar sobre un charco —¡cuánto disfrutaba haciéndolo!— y al ver reflejado a Hayato se detuvo y no quiso romper el cristal.
miércoles, 7 de abril de 2010
Insaciable sed
Botellas. Cientos de botellas de vidrio, grandes y minúsculas, figurativas y abstractas, de bebidas y de potingues. Cada una con su etiquetita, numerada. Busco la cifra más alta: 798. Tal vez haya más. Arracimadas las grandes, en cajones las pequeñas. Toda una vida de pequeños éxitos —¡una nueva pieza!— catalogados. La vida de un coleccionista abre un vacío en quien la observa. ¿Qué sentido darle? Parece un evidente exceso de tiempo, acaso una pasión reconducida hacia el ojo de una aguja. Quizá sólo sea una ingenua partida de ajedrez con la muerte la de quien trata de vencerla comiéndole peones.
martes, 6 de abril de 2010
SC
Un amigo que llega a Barcelona me pregunta, ¿es segura? Mientras no tengas que hablar con el director de algo, es una ciudad maravillosa. La policía registra en sus estadísticas los delitos que se comenten en las calles, pero la violencia más cruda que sufren los ciudadanos suele ocurrir en un despacho. En una entrevista con el director de algo. Es descorazonador ver cómo el acceso a un insignificante cargo gestor, en la mentalidad de quien lo ejerce, exime de representar los valores que han convertido una autarquía en una sociedad democrática. Cómo se confunde el ejercicio con la vesania.
domingo, 4 de abril de 2010
Canzone d’amore
Musiche di Paolo Conte
Un café de barrio no es lugar para perder una tarde de sábado. Cocetta lo que quiere es pasear por el Corso, aunque haya que ir en autobús. Recorrer tiendas, no sé, tomar un helado en Piazza del Popolo. Tiene la ilusión de sentir la mano de Orazio de repente sobre la suya en mitad de los sonidos imposibles con los que se hablan los turistas. La ilusión de que los escaparates la contemplen cuando acaricie su cabello suelto. La ilusión de acabar muerta en la parada y allí de pie que no importe que no pase nunca el suyo.
jueves, 1 de abril de 2010
SC
—La sentencia.
—Pero...
—¿Cómo que pero? Aquí tiene la sentencia.
—¿Y el...?
—¿El qué? Esas zarandajas ya las cumplimentará mi subordinado más tarde. Tiene un mes para hacerlo.
—Pero...
—¿Qué pero? La sentencia. Ahí la tiene.
—La defensa.
—Eso háblelo con mi subordinado.
—Los hechos.
—Los hechos, en efecto, son de la máxima gravedad.
—Tal vez...
—No hay tal vez que valga. Sólo la sentencia.
—¿Y la sentencia...?
—La dicto yo. El resto trátelo con mi subordinado. A mí no me importa.
—Y si...
—¿Y si qué? Hable.
—¿Y si la razón...?
—¿La razón, dice? Será maleducado, cuestionar mi autoridad.
—Pero...
—¿Cómo que pero? Aquí tiene la sentencia.
—¿Y el...?
—¿El qué? Esas zarandajas ya las cumplimentará mi subordinado más tarde. Tiene un mes para hacerlo.
—Pero...
—¿Qué pero? La sentencia. Ahí la tiene.
—La defensa.
—Eso háblelo con mi subordinado.
—Los hechos.
—Los hechos, en efecto, son de la máxima gravedad.
—Tal vez...
—No hay tal vez que valga. Sólo la sentencia.
—¿Y la sentencia...?
—La dicto yo. El resto trátelo con mi subordinado. A mí no me importa.
—Y si...
—¿Y si qué? Hable.
—¿Y si la razón...?
—¿La razón, dice? Será maleducado, cuestionar mi autoridad.