La abrupta fragmentación con la que ha construido Elizabeth Hardwick (1927-2007) esta novela de estirpe memorialista, prescindiendo de cualquier estructura temporal, la aproxima al poema en prosa. Contribuye a esta impresión su diáfana y brillante escritura. Se podría decir que se trata de una obra dodecafónica, en la que se ha eliminado la sucesión del tiempo, un elemento tan indisociable a la prosa como lo es la armonía a la música. En una época donde la literatura parece caminar sólo por los senderos trillados de los argumentos enfáticos y los personajes histriónicos, el atrevimiento experimental de Hardwick sólo admite devoción.