Dibuja con negros. Matiza con grises. El blanco no rayado simula los movimientos. Le gustan las capas. Por los pliegues y, sobre todo, por la sensación de frío que transmite. Y también de inseguridad, pero fuera de la capa, en los lugares donde la mirada, pájaro que ha perdido el norte, trata de posarse sin conseguirlo. Resbala. Dos bultos, tres. Transitan por una angosta cañada. Fisuras blancas sobre la superficie cubierta a carboncillo evocan el reflejo, gélido, de la luna, en lo más alto. Con los dedos, impregnados de polvo, oscurece el contorno del dibujo. Con una chincheta lo cuelga.