Habrá un día, y espero que no sea como este tren y no tarde en llegar, en el que me moriré de la risa de toda esta gente que espera de pie, a punto de congelarse, con la vista perdida en un punto donde las dos paralelas se unen, y lo que las une no aparece. Me partiré el pecho pensando en las puertas que se abren y la multitud que se arrolla por entrar en un vehículo que jamás van a conducir. En ese momento cambiaré de marcha y apretaré el acelerador diciendo bye bye trenecito. No falta tanto.