Dependen de que alguien los mire para ser. Solos no son nada. Parecen hermosos, acaso tristes, pero es una impresión. Únicamente son lo que son. Una ladera, una playa, el horizonte. Minerales, vegetales, insectos. Una combinación biológica que posee su propia mecánica y que podría existir durante siglos sin nadie. Pero no serían nada. Ni agrestes, ni metafóricos, ni seductores. Si algo son, es porque hay quien se levanta temprano, se viste con ropa ligera, sale en su busca. Y al encontrarlos —la colina, las dunas, un prado—, al sentarse a contemplarlos, les entrega su ser. Y entonces son.