El modo cómo las olas se lanzan
contra las rocas y su golpe retumba con un sonido grave, intenso, estremecedor,
y su impulso y fuerza se fraccionan en una lluvia de gotas que humedece la
impasibilidad de las piedras, tiene algo erótico. Un erotismo primitivo,
agreste, germinal. Como el de los volcanes y su incandescencia. Como el de un
géiser y su desmesura. Un erotismo no de los cuerpos, sino de la naturaleza. De
las selvas. De los ríos cuando devienen cascada. De las tormentas. Escuchamos
el retumbar de las olas también dentro de las venas. Ese desbordamiento. Ese
exceso.