sábado, 29 de noviembre de 2014

Becqueriana / 56


El modo cómo las olas se lanzan contra las rocas y su golpe retumba con un sonido grave, intenso, estremecedor, y su impulso y fuerza se fraccionan en una lluvia de gotas que humedece la impasibilidad de las piedras, tiene algo erótico. Un erotismo primitivo, agreste, germinal. Como el de los volcanes y su incandescencia. Como el de un géiser y su desmesura. Un erotismo no de los cuerpos, sino de la naturaleza. De las selvas. De los ríos cuando devienen cascada. De las tormentas. Escuchamos el retumbar de las olas también dentro de las venas. Ese desbordamiento. Ese exceso.